Como un hilo corriente y sin importancia entre la multitud del gentío, anónima y única a la vez.
Como el tacto, muestra un exterior áspero, con una actitud férrea y solemne.
Dicen de ella que es muy seria, pero ella ha bailado para mí, moviéndose de manera pomposa al ritmo de los grillos nocturnos.
Siempre se portó muy bien conmigo, a pesar de haber sido tan egoísta con ella. Sólo la llamaba en mis días malos, y siempre estaba ahí, esperando en mi sótano. Era en esos momentos cuando mis manos temblorosas la buscaban, nerviosas e impacientes.
Era en esos momentos en los que no podía más cuando ella me animaba, alzando mi cuerpo y mi ánimo, llenando mis pulmones y alzando mi barbilla. Nunca me falló.
Solía quedar con ella a menudo. Una vez, estuve meses sin ir a visitarla, y estaba que se subía por las paredes, pero en el fondo sabía que me gustaba verla, a pesar de ser un amor insano.
Por mucho que me engañara a mí mismo, en el fondo sabía que quería conocerla más, pues cada vez que hablábamos yo acababa con un nudo en la garganta. Sabía que quería enrollarme con ella. Sabía que quería acariciar cada centímetro de su anciana piel. Ella me contaba cómo era el mundo en realidad. Ella me ofrecía el perdón divino. Ella me libraba de mis pesadillas, de mis miedos. Ella me hacía volar como nadie nunca lo había hecho. Me hacía sentir pleno. Me hacía sentir vivo... y muerto a la vez.
Te echo de menos. Siento haberte dejado allí colgada, mientras sujetabas por mi cuello mi cuerpo inerte.
Como el tacto, muestra un exterior áspero, con una actitud férrea y solemne.
Dicen de ella que es muy seria, pero ella ha bailado para mí, moviéndose de manera pomposa al ritmo de los grillos nocturnos.
Siempre se portó muy bien conmigo, a pesar de haber sido tan egoísta con ella. Sólo la llamaba en mis días malos, y siempre estaba ahí, esperando en mi sótano. Era en esos momentos cuando mis manos temblorosas la buscaban, nerviosas e impacientes.
Era en esos momentos en los que no podía más cuando ella me animaba, alzando mi cuerpo y mi ánimo, llenando mis pulmones y alzando mi barbilla. Nunca me falló.
Solía quedar con ella a menudo. Una vez, estuve meses sin ir a visitarla, y estaba que se subía por las paredes, pero en el fondo sabía que me gustaba verla, a pesar de ser un amor insano.
Por mucho que me engañara a mí mismo, en el fondo sabía que quería conocerla más, pues cada vez que hablábamos yo acababa con un nudo en la garganta. Sabía que quería enrollarme con ella. Sabía que quería acariciar cada centímetro de su anciana piel. Ella me contaba cómo era el mundo en realidad. Ella me ofrecía el perdón divino. Ella me libraba de mis pesadillas, de mis miedos. Ella me hacía volar como nadie nunca lo había hecho. Me hacía sentir pleno. Me hacía sentir vivo... y muerto a la vez.
Te echo de menos. Siento haberte dejado allí colgada, mientras sujetabas por mi cuello mi cuerpo inerte.
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