Ese momentos en el que el alma duele. El instante en que las cicatrices se abren a la vez y rompes a llorar. Ese momento que vives intensamente mientras miles de miradas observan desde la penumbra, en la distancia, cómo tu garganta se desgarra produciendo gemidos de desesperación. Ese mismo segundo en el que te encuentras cayendo infinitamente en el infierno donde yacen tus errores. Ese minuto después donde tus ideales cambian por completo. Esa ocasión en la que tu propia mente te incita a destruir tu mundo. Esas horas lentas que eres, por ser algo, una bestia. Ese momento en que tus pies evitan tocar el suelo, tu cuello se sujeta a una cuerda por vértigo, tus manos sueñan con objetos punzantes y tus ojos admiran la obertura de la ventana. La tensión de tus venas marcadas en tu sensible piel. El relajante baño de lágrimas. El estrés del ahora y el agobio del después. La duda de quién eres en realidad. El trance por el que pasas con el objetivo de generalizar tu odio. Ese instante que determina tu siguiente destino y tu siguiente víctima. Ese momento en el que las estrellas te susurran. Pero, ¿qué más da? El cielo está muy lejos, ¿no?
viernes, 31 de enero de 2014
miércoles, 22 de enero de 2014
Infarto.
Sí...está pasando. Está pasando otra vez... . Mis ojos paran de parpadear un buen rato. Sin darme cuenta, las manos, sudorosas, se mueven nerviosas y vibrantes. Enciendo la luz, pues el Sol que aparecía en mi ventana no alumbra lo que debiera, al menos desde mi punto de vista. El cielo y las nubes se me antojan oscuros. A pesar de la recién sumada luz de la bombilla de mi habitación, mis ojos siguen transmitiéndome esa cortina negra opaca allá por donde miro. Empiezo a moverme de manera inquieta mientras me estiro el cuello de la camisa hasta el punto de hacerle una visible obertura; no puedo respirar. Las bocanadas de aire que tomo son inútiles, noto como mis pulmones se asfixian. De repente no veo nada. Entonces lo veo todo. Ya no veo folios cayéndose al suelo, veo placas gigantescas y pesadas desestructurando casi imperceptiblemente las baldosas que piso, causando un estruendo en mis oídos. No siento el aire, siento como diminutas moléculas de sustancias que desconocía acometen contra mi cuerpo hasta filtrarse en mi piel. Veo como esos monstruosos gérmenes me abren los poros y se cuelan en mi organismo. Escucho a todas las personas del mundo gritar a la vez. La molestia que supone oír a todo ser vivo respirar como si estuvieran a mi lado. Huelo todos los perfumes de toda la gente que vive en mi edificio. Capto como una mota de polvo genera una intensa explosión al caer sobre el sofá de mi vecino. El aletear de una mosca a tres kilómetros me está agrietando el cráneo; sin embargo, intento gritar pero es en vano. Siento que la sangre se apelotona recorriendo mis delicados vasos sanguíneos cada vez más rápido. Escucho el latido de mi corazón. Siento como se triplica de tamaño en menos de un segundo, para, seguidamente, volver a su estado natural. El mismo proceso se repite durante milésimas de segundo, cada vez más rápido. Lo escucho quejándose de hacer lo mismo todos estos años. Noto como mi cara se arruga cada vez más, a medida que pasan los segundos. El tic-tac del reloj de pared del salón me lo recuerda. Llevo haciéndome viejo desde que nací, y ahora lo veo todo. Soy capaz de percibir como el oxígeno, partícula a partícula, huye de mis pulmones, haciéndome el vacío. Noto una cascada de líquido rojo brotando de mis oídos. No escucho nada. La luz brilla al fin, abrazando mi cara e iluminando cada milímetro de mi piel, haciendo que mis ojos se emblanquezcan. No veo nada. De repente, mi cuerpo da una sacudida y caigo al suelo. No siento nada.
viernes, 17 de enero de 2014
Tan sencillo y tan complicado.
Descansar en la intemperie, abrazando el Sol.
Escuchar tu murmullo leyendo mi corazón.
Percibir la rojez de tu tez al descubrir
el final de una historia que no acaba, porque ya acabó.
Esperar sentado a que llegue el pasado, pasar de todo.
Porque cada segundo que respiras queda marcado.
Mirar embobado como las nubes mojan mis manos.
Tan sencillo y tan complicado.
Subir al cielo para verme tan pequeño como una hormiga.
El abrazo después del "digan lo que digan".
Recostarme en mi propio regazo,
pues esta habitación vacía aclama libertad en un estado presequía.
Seguir los pasos que nadie nunca dio.
Hacerlo y no recordar qué es lo que sucedió.
Ser mundialmente famoso por y para alguien.
Dejar de sentir y que los problemas pasen.
Tumbarme en una hamaca y saber
Tumbarme en una hamaca y saber
que si estoy aquí es por mí y no por nadie.
Que en el infierno me aclamen.
Volar hasta el fin del mundo y sentirme protegido.
Fingir arrepentimiento detrás de un intento de suicidio.
Observar mi vida y sentirme aterrado,
pasar del enfado y saber que la he cagado.
Querer recorrer mil galaxias recostado.
Tan sencillo y tan complicado.
Estudiar mis huellas como un desconocido.
Bajar al centro de la Tierra en vacaciones.
Aparecer en la cama sucio y medio poseído.
Sufrir un atraco de celos entre mis pasiones.
No saber dónde estoy ni a quién saludo.
Esperar impaciente y atento al momento perfecto.
Hablar conmigo mismo indeciso como un mudo.
Perdonarme a mí mismo por si luego no lo siento.
Jugar al billar con mis neuronas.
Perfeccionar mi estilo de vida y ver como se distorsiona.
Estornudar estos versos secos y punzantes.
Pensar que dentro de unos años no se recordará al causante.
El riesgo que se corre al abrir la boca.
La megalomanía que me pega cuando soy yo el que se equivoca.
Toser a escondidas para que no me juzguen.
Decir lo que todos esperan para que se apeguen.
Leer los versos de un asesino con la luz apagada.
Dejarte caer en el abismo y romper con lo pactado.
Sentir el alivio del alma desahogada.
martes, 14 de enero de 2014
Estoy cansado.
Parece que el momento llega, pero me canso de mí mismo. Me concentro en la primera lágrima que cae ,y me canso de llorar. No me acostumbro a la monotonía que abarca la existencia.Y me canso de no cambiarlo.Y me cansa el intentarlo. Me cansa dormir y me cansa despertarme. Salir por ahí para ver lo que ya he visto. Me cansa cavilar sobre mi futuro de la misma manera que me cansa recordar lo vivido. Lo vivido... me cansa haber vivido. Me cansa estar vivo para no morir y me cansa morir y saber si estoy muerto o no. Me cansa no poder hablar conmigo, aunque sólo sea para explicarme por qué, de una forma u otra, cambió todo. Me cansa no saber por qué dejasteis de hablarme, de responderme y de mirarme. Quizás estéis cansados, y no os culpo, aunque me cansa perdonar. Me cansa pensar que nunca dejaré de estar cansado. Me cansa pensar de qué manera dejaré de estarlo.
Me cansa pensar...
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