Cuando me preguntan que qué es lo primero en que me fijo de una persona, respondo que los ojos. Puede sonar típico, tonto e incluso un poco cursi, pero es la verdad. Y es que los ojos son los espejos del alma, los que te muestran sin quererlo el estado de ánimo de la gente. Los que gritan en silencio. Los que brillan sin luz.
Los hay de muchos colores y de muchos tipos, pero todos son ojos, al fin y al cabo. Todos sirven para mirar, ¿no? No, hacen mucho más que eso. Los ojos son capaces también de prejuzgar, cotillear, culpar, enamorar, rogar, seducir, asustar, mentir... y no nos damos cuenta. Nos centramos tanto en nuestra vida que olvidamos la de los demás, nos olvidamos de mirar sus ojos. Algunos nos piden ayuda, asustados, mientras nos fijamos sólo en la sonrisa, mentirosa como la vida misma, engañándonos y haciéndonos creer bienestar. Otros sólo muestran cansancio, agotados de la vida; ojos tristes, acostumbrados a enfocarse en el suelo.
Y sí, tus ojos también hablan. Muestran al mundo como eres, exponiéndote al exterior como un libro abierto, ilegible para esos ciegos que sólo tienen ojos para su ombligo, mientras otros leen cada página de tu mente a través de ellos, descubriendo cuán ambicioso e insaciable eres, si eres una persona simpática o borde, o, simplemente, si eres feliz o no.
Ojos, nuestros guías a tiempo completo. Los chivatos. Los llorosos. Ojos...benditos ojos.